Lo evito. Lo persigo. Lo espío. Lo busco. Le grito. Disimulo. Lo humillo. Lo investigo. Le escribo canciones. Lo aparto de mi vida. Lo espero en su puerta. Lo sorprendo cada día. Lo invento. Lo consumo como una vela. Le beso. Lo desnudo. Lo visto. Lo bebo. Lo amo. Lo odio. Le suplico que se quede. Lo borro de mi existencia. Lo dibujo de nuevo.
Lo estrello contra mis recuerdos. Le insinúo mis pensamientos. Lo desquicio. Lo calmo. Le cuento mis secretos. Le robo los suyos. Lo fumo hasta el filtro. Le doy esperanzas. Le corto las alas. Lo abrazo. Le doy la mano. Le enseño el camino. Lo oscurezco. Le hago reír. Lo lloro. Lo ato a mi hastío. Lo sumerjo en la rutina. Lo quemo en la hoguera. Me lo juego a un farol. Lo echo de menos. Lo aburro. Lo toco. Lo extraño. Lo olvido. Lo duermo en mis brazos. Lo despierto con un beso. Le devuelvo las ganas de todo. Le arrebato la fe. Lo desafío...
Y, todo eso, en mis sueños. En la realidad, tan solo, lo ignoro.
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